sábado, noviembre 24, 2007

EL DÍA DE LA PALABRA


Para un día tan señalado como el de la palabra, uno tiene que pensar que tema tiene suficiente vivencialidad para exponerse. Hablar de sentimientos, se puede hacer difícil en un momento en que uno vive en aparente armonía con los suyos, así que se impone rastrear en la memoria un momento de especial emotividad para que pueda ser expuesto con hondura. Hablaré, entonces, de un sueño. No es un sueño cualquiera ni tampoco significa uno más entre los muchos que cada noche uno puede soñar, este sueño habla de mí y mi hermano en un momento singular. Hablamos de sueño porqué la convención lo impone, aunque para mí fue algo más que un sueño, para mí fue verdad y cualquier duda al respecto, en mi interior no existe. El sueño nos muestra una torre altísima, en un cielo que es abismo. Esa torre sólo tiene campanas, y su piedra es gris y ornamentada, austera y a la vez hermosa. En esa torre sólo hay brumas, como nubes que envuelven su altura infinita. En ese sueño estamos nosotros, dos niños muy pequeños, de 5 o 6 años a lo sumo. Niños pequeños, cuando en realidad nos llevamos más edad, esos niños somos nosotros aunque no haya nada en nosotros que así lo indique. Somos niños pequeños, solos, en una torre que es también un campanario. El cielo es gris y a veces azul, nunca es igual y siempre es el mismo – la memoria aquí juega cambiando algunos elementos, pero manteniendo los esenciales. En este sueño, hay algo que nos indica, quizás recuerda, que lo hemos vivido. Parece que hay música aunque no se oye, que suena de fondo y tiene algo de coro. En ese sueño estamos los dos solos y tristes, tristes por algo que no identificamos que es en su momento; la tristeza se hace eterna aunque el tiempo onírico es corto. Estamos tristes por una perdida que ha sucedido y que sucederá, hemos perdido algo porqué estamos solos y eso pesa; pesa en una tristeza serena que nos contagia a ambos. Sin embargo, hay algo de alegría por estar ahí, por estar seguros en el desamparo. Estamos juntos y el cielo es tan bonito, tan hermosa y fría la mañana, quizás al alba del primer día. El sueño transcurre en movimientos lentos, con sensaciones más que acciones, con sentimientos que lo dominan del todo sin manifestarse en apariencia. Soledad, desamparo, paz, tristeza y sobretodo NOSTALGIA; nostalgia seguramente de lo que nunca fue y de su perdida irreparable. En un momento dado, todo se agita, palomas blancas que de ningún lado salen al vuelo, aparecen desde abajo y suben hacia arriba lo infinito. El cielo azul se vuelve blanco y gris; y, por encima de todo, las campanas de bronce añejo empiezan a repicar de júbilo. Repican como en los monasterios, de alegría y de llamada, se está llamando a alguien a partir. Se escucha su repicar fuerte y a la vez suave. La tristeza se hace aguda, los dos hermanos sienten que ha llegado el momento, es hora de partir; desenlazan sus manos que hasta el momento se habían mantenido juntas en todo momento. A uno de los dos pequeños le resbalan las primeras lágrimas, el otro, con faz alegre y dichoso de su destino, se aparta lentamente del primero. Nunca sabremos cual de los dos es, quizás eso tampoco es importante. Se acerca al dosel de la torre, se vuelve hacia el hermano sonriendo, y entonces da el paso, sus pequeñas alas de ángel hacen el resto...

2 comentarios:

Otilie dijo...

Me ha dejado helada. Csi no puedo escribrir, casi no le puedo dejar comentarios. e ha dejado sin plabras. Lo ha descrito de forma tan sensible, tan vívido, tan emotivo... ESPECTACULAR !

linus dijo...

Havía d'escriure alguna cosa emotiva per el " día de la palabra "; he intentat explicar-ho tal i com ho recordo des de fa anys XD.